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Reina de la humildad y la fe
Los días 22 de agosto se celebra la fiesta de María Reina. La coronación de María también es uno de los misterios del Rosario. En este artículo exploraremos algunos aspectos de María como Reina.
Reina de la fe
No debió ser fácil para María dar crédito a lo que se le anunció cuando el ángel se le presentó y le dijo que sería la madre del Redentor. Ella misma preguntó “¿cómo es esto posible?” (Lc 1,34). Sin embargo, tuvo fe y creyó, no sólo en lo que el mensajero celestial le auguraba para su vida, sino también en lo que escuchaba respecto a alguien cercano a ella. Fue tal su fe que no cuestionó el hecho de que su pariente Isabel, que para muchos era considerada estéril, estuviera esperando un hijo, y decidió ir a ayudarla.
Cuando María se encontró con Isabel, el Espíritu Santo la llenó, y en una nueva manifestación de fe cantó una bellísima y profunda exaltación a Dios, el Magnificat (Lc 1, 46-55), dando gracias a Dios por las maravillas que hace, por su misericordia y porque María sería llamada Bienaventurada por todas las generaciones- ¡y así ha sido!.
Reina de la humildad
Sin embargo, lo anterior no supuso para María un motivo de vanagloriarse o sentirse superior. Por el contrario, tras la Anunciación da su plena aceptación al plan divino refiriéndose a sí misma como “la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Ser el esclavo de alguien es un sinónimo humildad (o incluso humillación), pues el esclavo vale únicamente cuanto su amo considere.
Posteriormente durante el canto del Magnificat se regocija en que Dios “ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava” (Lc 1,48), y esto lo manifestó tanto por la noción del Espíritu en ella como por la propia conciencia que tenía de sí misma.
Reina del dolor
Cuando María y José llevaron a Jesús, pocos días después de nacer, al templo para presentarlo y consagrarlo a Dios, el anciano Simeón pronunció una trágica profecía para María: “¡a tí misma una espada te atravesará el alma!” (Lc 2, 35).
Las angustias de tener que huir a Egipto, y posteriomente de perder a su Hijo siendo aún pequeño y buscarlo durante tres días, serían un preludio al dolor y la impotencia que experimentaría durante la Pasión del Salvador, un dolor que se volvía insoportable por la imposibilidad de ayudarlo de ninguna manera. Decir que María acompañó a Jesús en sus dolores es minimizar lo que ella sintió: para ella, como madre, los sufrimientos que vivió su Hijo antes de su muerte en cruz, los sintió en carne propia, tal como había predicho el anciano Simeón.
Reina de la victoria de Dios
En el capítulo 12 del libro del Apocalipsis, hace su aparición triunfal en el cielo una mujer vestida de sol, con la luna a sus pies, y una corona de estrellas. Aunque el dragón quiere devorar al hijo que ella va a dar a luz, no logra su malvado cometido, y es derrotado por las huestes celestiales. Entonces se anuncia la salvación y el inicio del Reinado de Dios
María, al dar a luz a su Hijo, el Salvador de la humanidad, abre de par en par las puertas de la victoria celestial. Por ello, donde por la fe reina María, aún en medio de la humildad y el dolor, también llegará la victoria del Reino de Dios a quienes le permitan gobernar en sus vidas, regocijándose en el amor maternal de la Reina enaltecida por su Hijo, el Salvador del mundo.