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Santo Toribio de Mogrovejo: Aventura en el Nuevo Mundo
Toribio, descendiente de la noble familia Mogrovejo, nació en Mayorga de Campos, España, en 1538. Esta es su historia.
La llamada del Rey
En una tierra lejana, donde las montañas se alzaban como gigantes de piedra y los ríos fluían como serpientes plateadas, vivía Toribio. Era un hombre valiente y justo, su vida transcurría tranquila como magistrado experto en derecho canónico y profesor en la universidad de Salamanca. Peru un día todo cambió.
Una carta sellada con el emblema real llegó a su puerta. El rey Felipe II lo llamaba a su presencia. Sin saber qué le deparaba el destino, Toribio partió hacia la corte.
Un encuentro real
En el majestuoso palacio, entre columnas de mármol y cortinas de terciopelo, Toribio se postró ante el rey. Este, con mirada grave, le confió una misión de vital importancia.
"Toribio, necesito que viajes a las tierras salvajes del Nuevo Mundo. Los indígenas necesitan un pastor que los guíe en la fe, y tú eres el hombre indicado para esa tarea", dijo el monarca.
Para esto tuvo que pasar raudamente por las órdenes sagradas, hasta el sacerdocio, para finalmente ser consagrado obispo de la Ciudad de los Reyes.
Toribio asintió con determinación. Aceptó la encomienda sin vacilar, aunque sabía que el viaje sería peligroso y desafiante.
Rumbo a lo desconocido
Con el corazón lleno de valor y la fe como su brújula, Toribio emprendió el viaje hacia el Nuevo Mundo. Navegó por mares agitados, enfrentó tormentas y vientos feroces, pero nada detuvo su determinación.
Finalmente, llegó a las costas de América, donde lo esperaba un territorio desconocido y lleno de peligros.
Los desafíos del nuevo mundo
Sus pies tocaron las costas de Paita. El camino era largo y lleno de peligros, pero Toribio no se amedrentó. Con paso firme, inició la travesía, dispuesto a llevar el mensaje de Dios a quienes lo necesitaban.
En su camino, enfrentó peligros innumerables, enfermedades mortales y la hostilidad de algunos nativos. Sin embargo, su determinación y su fe nunca flaquearon.
Fundador y justiciero de Dios
Toribio no solo llevaba la palabra de Dios, sino también la justicia. Fundó escuelas, hospitales, conventos y promovió leyes que protegieran a los indígenas de la explotación y la opresión. Fundó el primer Seminario Americano en Lima, esta obra lleva su nombre hasta hoy.
Se convirtió en el defensor de los más vulnerables, enfrentándose a los abusos de los colonizadores y los enemigos de la fe.
La curación de enfermos y la protección de los desamparados
No solo atendía las necesidades espirituales, sino también las físicas. En una ocasión se desató una terrible peste en la ciudad que causó muchísimos muertos y enfermos, la gran mayoría de ellos pobres que llenaban los hospitales. Toribio le mandó decir a su cuñado que gastase todo su dinero en ayudarlos, y que si faltaba, que pidiese prestado que luego él lo devolvería.
Con sus manos y su corazón, aliviaba el sufrimiento de los desamparados, demostrando que la fe y la caridad podían obrar milagros.
Resistiendo contra la injusticia
Pero su labor no estuvo exenta de desafíos. Enfrentó la oposición de aquellos que deseaban mantener su poder a costa del sufrimiento de los demás. Muchos para excusarse del mal que estaban haciendo, decían que “esa era la costumbre”.
Toribio resistió valientemente, defendiendo a los pobres y los oprimidos, sin importar los riesgos que enfrentaba.
Con valentía se enfrentó a los abusos que se cometían. Esto le atrajo muchas persecuciones y horribles calumnias. Sin embargo, callando, solía decir: “Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor”.
El legado de un santo
Con el paso de los años, Santo Toribio de Mogrovejo se convirtió en una leyenda viva en las tierras del Nuevo Mundo. Su nombre era sinónimo de justicia, compasión y fe.
Aunque su cuerpo descansa en la tierra, su espíritu perdura en la memoria de aquellos a quienes dedicó su vida a servir.
Inspiración eterna
La vida de Santo Toribio de Mogrovejo continúa inspirando a generaciones, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros, la luz de la fe y la justicia puede guiar nuestros pasos.
Su legado nos enseña que, con valentía y compasión, podemos enfrentar cualquier desafío y construir un mundo mejor para todos. Y así, su historia perdura, como un faro de esperanza en medio de la oscuridad.
«Nuestro gran tesoro es el momento presente.
Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna»