La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es una de las más profundas y conmovedoras tradiciones en...
Santo Tomás, el apóstol de la duda
Lo primero que nos viene a la mente cuando escuchamos el nombre de Santo Tomás el apóstol es “ver para creer”. Esto por el relato evangélico en el que, después de que los discípulos le dijeran que el Señor resucitó en verdad y estuvo con ellos, el respondió con las célebres palabras: «Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.»
Esto podría hablar no muy bien de él, sin embargo, es un escenario más que común para la mayoría de nosotros, cristianos, practicantes, miembros del cuerpo de Cristo. Y esto no nos hace malos cristianos, nos hace humanos. La escena de Santo Tomás nos acerca al momento más humano de la fe: la duda.
Dudar, ¿es bueno?
Podríamos decir, en primera instancia, que no debemos dudar de las palabras de Jesús, de sus promesas. Y es verdad, confiar en el Señor es creer que todo lo que nos dijo es cierto y que todas sus promesas se cumplirán. Sin embargo, veamos bien el contexto de la duda de Tomás. Él no dudó de Jesús, no demostró falta de fe, demostró un comportamiento muy humano, quiso comprobar las afirmaciones de sus hermanos.
Es por esto por lo que, cuando Jesús vuelve a aparecer entre ellos, estando Tomás esta vez, se acerca a Él, le pide meter sus dedos en sus llagas y, con mucho amor, le dice “… no seas incrédulo, sino creyente”, a lo que Tomás responde con las palabras que repetimos en la misa durante la consagración, cada vez que el Sacerdote eleva el Cuerpo y Sangre de Cristo: “Señor mío, y Dios mío”.
Una fe más fuerte
Según la tradición, Tomás, después de estos acontecimientos, emprendió la misión de llevar el Evangelio a oriente. Se dice que evangelizó a persas, partos, medos; que fundó comunidades en Mesopotamia e India, donde se le venera con especial fervor.
El apóstol que dudó se convirtió, según la tradición, en un instrumento imparable de evangelización, que no dudó en llegar tan lejos como pudo para que todos conozcan a ese Jesús que él conoció, para compartir con ellos la Buena Nueva, enseñarles al Dios de amor que Jesús le presentó.
Creer en medio de un mundo incrédulo
Nuestra sociedad se aleja cada vez más de la fe, prefieren vivir sin que nadie les diga qué no deben hacer. Ponen en duda todas las enseñanzas de la Iglesia, pero sobre todo porque quieren vivir sin una autoridad que “censura” su manera de vivir, en “libertad”. Muchas personas ahora eligen no creer, porque eso es un obstáculo para ser “libres”, ser “ellos mismos”.
El desafío para el creyente es cada vez mayor, no solo porque todo lo que nos rodea nos invita a no creer, sino porque el llamado es a compartir lo que creemos, llevar la Buena Nueva a donde se necesite, traspasar las fronteras de nuestra comodidad para compartir con los demás ese Jesús que se nos presentó, sus palabras, sus promesas, la esperanza del Evangelio, la victoria de la cruz sobre la muerte.
Como Tomás, que al igual que otros apóstoles, se alejó de sus tierras para llevar el Evangelio a los confines de la tierra, salgamos de nuestra zona de confort y llevemos la Buena Nueva a donde sea necesario, empezando por nuestro hogar, nuestra familia.
Pongamos nuestra vida y esta misión, que es la de todo cristiano, bajo el amparo de nuestra Dulce Madre, testigo de los milagros de Cristo, creyente fiel y primera discípula de Jesús.