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Un matrimonio santo, ¿es posible?
Cuando hablamos de santos, pensamos de inmediato en un religioso o religiosa, algún laico que tuvo una vida ejemplar, personas, individuos. Pero ¿es posible que un matrimonio se convierta en santo?
No hablamos de vivir la santidad estando casados, sino de que una pareja de esposos alcance los altares. Esto es lo que sucedió con los padres de Santa Teresita de Lisieux, San Luis Martin y su esposa, Santa Celia Guérin, que fueron canonizados, no de manera individual sino como matrimonio en marzo de 2015 por el Papa Francisco.
Una fe de familia
Luis Martin nació en Burdeos, en agosto de 1823, fruto del matrimonio de un capitán francés con una devota dama francesa. El matrimonio transmitió a sus hijos una fe viva, que se reflejó claramente en Luis Martin, quien desarrolló un deseo ferviente de servir a Cristo en la vida religiosa.
Si bien aprendió el oficio de relojero y se desempeñó en estas artes, abrigaba el deseo de ser religioso. Se dirigió al monasterio de San Bernardo, pero fue rechazado por no saber latín. Eso no lo desanimó, empezó a estudiar con ahínco con la finalidad de ingresar al monasterio. Pero Dios tenía otros planes.
Celia Guérin nació en Normandía en 1831. Su familia no era acomodada, como la de Luis Martín; su padre, militar, era tan estricto como firme era su fe. Al igual que la familia Martín, los esposos Guérin transmitieron su fe a sus hijos, de tal modo que la mayor de las hijas se hizo religiosa. Celia se dedicó al bordado, ganando reconocimiento por sus primorosos trabajos.
El encuentro y la voluntad de Dios
Cierto día, Celia se cruzó con un agradable joven, de buena presencia y modales impecables. Ella sintió en su corazón la voz de Dios que le decía que ese era el hombre que Él había elegido para ella.
En poco tiempo se conocieron, se enamoraron y se casaron poco después, formando una familia en la que se vivía la fe con fervor. Asistían a misa diariamente, tenían una rica vida sacramental, participaban de la vida parroquial y tenían fuertes hábitos de oración personal y comunitaria.
En medio de este ambiente nacieron sus nueve hijos, cuatro de los cuales fallecieron, quedando solo cinco hijas, siendo la menor de ellas Teresa, quien se convertiría en Patrona de las Misiones. El matrimonio educó a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas ejemplares.
A los 45 años, Celia supo que tenía un tumor en el pecho y le pidió a su cuñada que le ayudase con la crianza de sus hijas. Falleció en agosto de 1877, quedando Martin solo para cuidar a la familia.
Fue entonces que decidió mudarse a Lisieux con ellas, para tener la ayuda de la tía Celina en la crianza de las niñas. Luis hizo muchos sacrificios por su familia, pero el mayor de todos fue desprenderse de Teresa, cuando ella quiso ingresar al Carmelo con solo 15 años. Debido a una enfermedad degenerativa, desarrolló problemas mentales, por lo que fue internado en un sanatorio en Caen, donde murió en julio de 1894.
Los frutos de la santidad del matrimonio
El Evangelio dice “cada árbol se conoce por su fruto” (cf. Mt. 7, 44), y los frutos del santo matrimonio de Luis y Celia nos demuestran que sí es posible tener un matrimonio sea santo.
Algunas características de un matrimonio santo son amor conyugal, santificación mutua, comunión de vida, compromiso sacramental y testimonio de fe; y todo esto lo reflejaron en su vida, no solo conyugal, sino como padres, como familia. Transmitieron la fe a su familia de un modo tal, que el mayor deseo de sus hijas era servir a Dios, alcanzar la santidad.
El Papa Benedicto XVI dijo, en el XVI Encuentro Mundial de las Familias, en España: “El lenguaje de la fe se aprende en los hogares donde esta fe crece y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana.” A esto están llamados los matrimonios, a transmitir la fe, entre los esposos, a los hijos, para que “den mucho fruto, y que ese fruto permanezca.” (cf. Jn. 15, 16)
El compromiso
La vida de Luis Martin y Celia Guérin no es muy conocida, pero tomemos como ejemplo su vida y su matrimonio para buscar la voluntad de Dios en el sacramento, para comprometernos a transmitir la fe en nuestra familia, para que los hijos fruto de ese amor lleven el sello de Cristo en sus vidas y, en su momento, transmitan también la fe a sus futuras familias.